jueves, 17 de febrero de 2011

En la feria (I)

El otro día, durante mi paseo vespertino, me encontré de repente con una feria. No sabía que estaba allí ni por supuesto desde cuándo lo estaba. Pero son sitios coloridos, y sus razones son lo de menos. En cualquier caso, os diré que se trataba de una feria de poemas.

Decidido a cotillear un poco, me fui acercando a las diferentes casetas que la poblaban. En la primera, muy pequeña, casi únicamente un mostrador bajo una carpa, llamada "La casa del pareado", encontré charlando a un molinero y a su hambriento aprendiz. El dueño preguntaba a su pupilo por qué no trabajaba con más brío. El otro, con ganas de cuestionarle su generosidad con la comida, le soltó:

Cazo y cacillo, olla y cazuela,
calman el alma, mueven la muela.

Al lado de éstos, se abría una casetilla algo más grande "Tercetos" se leía en un cartel. Tenía un par de mesas con sillas, a modo de merendero. Sentados en torno a una de ellas, un novio despechado, y de verso forzado, reprochaba a quien no sería más su amada:

Te puedo jurar, y lo he comprobado,
que escondes los ojos cuando pregunto
si tú de mis besos ya te has cansado.

No es baladí a mi juicio ese asunto,
cansa mi día y quiebra mi sueño,
tensa mis nervios llegados al punto.

Pues la razón que motiva mi empeño
surge de tantos silencios punzantes,
tus labios confiesan: hay otro dueño.

Digno decido “seré como antes”
cuando mi tango ladino y porteño
cazaba mil y una damas errantes.

Como no soy de meterme en disputas de parejas, dejé aquel lugar y me encaminé a saciar mi sed en una tasquilla ambulante, en la que dos gitanos, sempiternos clientes del bar "La tercetilla", agitaban sus vasos y llamaban al camarero con una soleá:

Por una cerveza mato.
¡Acércame el abridor!
Me la beberé de un trago.

Aquello me produjo una carcajada sonora. Animados por mi explosión, los de la barraca de enfrente, que tomaban el sol a través de las rendijas del rótulo que anunciaba su tenderete "Cuarteto", se miraron durante unos segundos, hasta que el más rápido de ellos improvisó:

Para combatir el sufrido tedio
un chiste muy malo te contaré
(y  risa floja te despertaré)
esto van dos y se cayó el de en medio.

La cerveza y la caminata, mi apetito despertaron. Buscando unas monedas en mi bolsillo, me acerqué al carrito de comida más cercano. Un melenudo simpático, con una argolla atravesándole una de sus orejas, era el orgulloso propietario de "La redondilla", cuyo nombre estaba impreso con los colores de la bandera mexicana. A mi lado, me susurró un cliente, seguro de su juicio:

A juzgar por sus patillas
y su chaqueta de cuero
el que prepara tortillas
tiene alma de roquero.

Por no comer de pie, y no mancharme mi chaqueta nueva, me senté en un taburete de los que descansaban frente a un escenario con una pantalla de muy buen tamaño. En ella, se proyectaban las noticias del día, y un político, acorralado por su pasado de corrupción, ofrecía a los oyentes de aquel foro - el "Serventesio" era su nombre- su alegato final ante el jurado:
Siguiendo los designios del letrado
entiendo que no me quieran juzgar
será que soy el que más ha pagado
para poder a los jueces tentar.

Como quiera que había terminado de conocer las casetas de la parte norte de la feria, decidí continuar mi periplo y me encaminé hacia el oeste; tanto me estaba divirtiendo aquella tarde. Por el camino, pensaba en la tranquilidad de no estar atado a ninguno de aquellos negocios, y de poder pasear con total libertad y licencia, por muy cobarde que me pareciera aquel pensamiento, por ser como:

Navío con velamen sin viento que lo obligue, que a remolino traicionero sin lucharlo se 
abocase. Fruto único de árbol joven deseado, que en las manos invisibles de  la tierra se
entregara. Mirada de enamorado que en la igual de su amada, ni reflejo ni reposo ni luz
encontrase. Caballero Don Quijote que a caballo ante gigantes, metida lanza en ristre no
bregara.

Avistando mi próxima parada, me concedí unos minutos de descanso.


 
 

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