jueves, 16 de febrero de 2017

1984

"Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles" (Bertolt Brecht).

La indignación no es una moda. La indignación es un sentimiento tan humano, común y necesario, que no experimentarlo equivale a no estar vivo.

Es, además, contagiosa como un bostezo: se extiende tan rápido que al "yo me indigno", dicho en voz más o menos baja por quien realmente sufre y ve sufrir a los demás por las injusticias que nos rodean, le sigue automáticamente un más altisonante "¿tú te indignas? pues yo ni te cuento" de quienes aprovechan la ocasión para colgarse una medalla -al dolor-.

Particularmente, siempre me ha gustado aprovecharme sin reparo alguno de la frase de Ortega y Gasset : "yo soy yo y mis circunstancias", para explicar que cada uno tiene su cruz particular, o su motivo para ser de una u otra forma. Es una frase tramposa y comodín, pero no por ello menos cierta. Y cierto es también que sirve para justificarse ante uno mismo las debilidades y los pecados más veniales.

Hoy en día, que vivimos en un mundo de sobredimensionamiento de la información, tenemos mil y una oportunidades de indignarnos y justificarnos, e incluso de darnos pena a nosotros mismos. Pero eso no debería bastar, porque el ser humano está -o debería estar- hecho para construir, y no para destruir.

¿Qué podemos hacer ante aquello que nos indigna o ante aquellos que nos avergüenzan? La respuesta tiene grados de intensidad, pero en cualquier caso, pasa por tratar de cambiar el mundo que nos rodea. Aquel más inmediato. Habla con tu amigo, vecino, pareja, padre o madre. Debate, expón tus ideas, ábrete a dinamitar éstas, y permítete la licencia de pensar por ti mismo, sin renglones escritos por los medios de comunicación que frecuentas. Quizás con ello estés influyendo positivamente en quien mañana se preocupará de educar a tus hijos.

Pero no dejes de debatir, ni de educar en la confrontación de ideas. Porque si lo haces, claudicarás y vivirás siempre en el 1984 de Orwell.

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